“A la policía ya ni la llamamos, además si te atienden no dan ni cinco de bola porque no vienen”, dice apesadumbrado un hombre en inmediaciones de calles Saavedra y Villaguay, quien insiste en pedir que reservemos su identidad porque desconfía tanto del enojo de los integrantes de la fuerza de seguridad, como de los delincuentes que viven en las inmediaciones.
Otro hombre del lugar se suma a la conversación -con la misma condición de confidencialidad- para detallar: “yo ya perdí la cuenta de las veces que me entraron a la casa”, incluso para evitar robos en su vehículo ha optado por dejarlo “siempre con las ventanillas bajas, para que vean que no hay nada que robar”, ya que por la sustracción del último estéreo tuvo que reponer el vidrio de una de las puertas.
“Pero lo peor de todo es cuando se agarran a los tiroteos entre ellos (integrantes de las bandas) que se meten plomo de una esquina a otra y después salen a caminar con las armas en la cintura”, acota uno de ellos.
Vecinos que huyen
Toda esta situación ha tenido transformaciones importantes en la conformación poblacional de la barriada, ya que muchos de los antiguos vecinos terminaron malvendiendo sus propiedades a precios viles, con el solo objetivo de escapar de la inseguridad que los tenía como principales víctimas. Pero lo paradójico (e ingratamente sorprendente para las personas del lugar) es que muchas de esas viviendas fueron compradas por aquellos que no tienen una actividad laboral conocida, pero que todas las noches atienden a todo tipo de vehículos que saben perfectamente donde encontrar lo que buscan.
“Acá todos saben dónde se vende droga y cada vez hay más quiosquitos” dice uno de los consultados por Diario Río Uruguay, “pero nadie hace nada, ¿me vas a decir que los policías que viven en el barrio no saben o no se dan cuenta?”, preguntó con una mueca de sarcasmo.
Con más o menos argumentos fundados, la mayoría de los vecinos desconfían de una supuesta connivencia entre algunos integrantes de la fuerza policial y las bandas que delinquen en la zona, como así también del desinterés de la Justicia, “porque las veces que la policía los llamó adelante nuestro los fiscales nunca vinieron y entonces no se puede hacer nada”. En este marco señalan que el resultado siempre es peor, “porque después tenés que comerte las amenazas de los malandras y estar con el Jesús en la boca cuando tus gurises tienen que volver del trabajo o de la escuela”.
Los nuevos punteros barriales
El fenómeno de los delincuentes que los vecinos señalan como vendedores de droga es digno de un estudio sociológico -ya que según los entrevistados por este medio- no solo hay personas honestas que se han resignado a convivir con esa actividad ilícita, sino que hasta hay algunos que terminan debiendo “favores” a estos oscuros personajes a quienes han recurrido pidiéndole dinero para la compra de medicamentos o cubrir otras necesidades materiales.
Donde antes se hacía presente un referente político de la zona, ahora quien responde de manera más directa y sin intermediarios es aquel que todos sospechan que se dedica a comercializar sustancias prohibidas y que es visitado por todo tipo de vehículos a las horas más insólitas.
En un reciente diálogo mantenido con el periodista Eduardo Díaz, el delegado local de la Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia remarcó que “hace 15 años el dirigente vecinal era eso y nadie lo tocaba. Pero hoy, los que venden drogas le han disputado el territorio a los dirigentes vecinales y realmente el que gobierna los lugares o el dueño de los espacios dentro de un mismo barrio son los que venden drogas y no el dirigente”.
Remarcando que en Concordia “existen zonas liberadas para la venta. Y cuando existen zonas liberadas para la venta, hay un funcionario que mira para otro lado”.