Ortiz, del cual casi nadie conocía su nombre, era una propia entidad dentro del club de calle Buenos Aires y San Juan.
Si bien los socios de la entidad lo sentían como propio, el Negro también era todo un símbolo de los jóvenes que organizaban la Fiesta del Estudiante, de los bochófilos de otros clubes y de los amantes del box.
Desde el club Ferro se lo recordó como la persona que “cuidó y acompañó a tantas generaciones de chicos y grandes. Cubrió travesuras, se hizo responsable cuando muchos padres pensaban en otras épocas que el Club era una guardería. Le sacamos canas verdes, le arrancamos sonrisas, le escondíamos las bochas, saltábamos los muros porque sabíamos que él estaba por cualquier cosa que pasara”