Este jueves 27 de agosto se realizó la 6° marcha por Josefina López. Fue la primera manifestación con la comprensión cabal del crimen y con el principal sospechoso identificado y detenido. Sin embargo, el exiguo acompañamiento social de la movilización sorprendió hasta los más pesimistas. Un grupo de unas 80 personas caminó en las mismas calles donde -a principios de este año- miles de concordienses se apretujaban en una columna de cinco cuadras tras la muerte del fiscal Nisman.

No es necesario aclarar que lo de “querer ser” es metafórico, en su interior nadie quiere ser una persona muerta, pero por alguna razón -que las limitaciones intelectuales de quien suscribe no llegan a discernir- habría muchísimos concordienses que si es por elegir, preferirían masivamente el ataúd del ex fiscal Alberto Nisman.

Así lo evidenciaron en febrero de este año, cuando llegaron a conformar una multitudinaria manifestación que se extendió por casi cinco cuadras, embanderados bajo la consigna “Todos somos Nisman”.

Sería una valoración parcial adjudicar el éxito de taquilla de la marcha de Nisman sólo a la penetración masiva de los medios de comunicación nacionales y las redes sociales, ya que -a juzgar por lo que se podía leer y escuchar- la muerte de Josefina López también había llenado de congoja a los habitantes de esta parte de la provincia de Entre Ríos.

Pero la velocidad de los tiempos que corren le dio al caso Josefina una fecha de vencimiento inmediata, y con la misma ligereza que se tejieron elucubraciones sin sentido, el interés social migró al “injusto” resultado del programa Masterchef.

Parte de la respuesta sería que al encaminarse la investigación del caso Josefina, se deben tomar demasiados laberintos argumentales para llegar a responsabilizar al gobierno por el crimen cometido por un asesino desquiciado.

Quizás ese fue un factor determinante para que, muchos de los que participaron de aquellas marchas por Nisman no estuvieran -este jueves- reclamando la misma Justicia para la concordiense  Josefina.

Esto último no es sólo una apreciación subjetiva, está fundamentada con un hecho que les tocó vivir a dos colegas de la señal televisiva local de Canal 2, quienes en la noche del pasado martes 25 de agosto (el día que encuentran los primeros restos de Josefina) estaban cubriendo lo que era  la 5° marcha por la joven asesinada. En ese marco, el cronista César Goya y el camarógrafo Martín Delaloye se encuentran - en la plaza 25 de Mayo- con un grupo de unas 20 personas, entre los que distinguieron a Eduardo Beswick, ex presidente de la Sociedad Rural y dirigente local del PRO. La gran mayoría de quienes estaba en el lugar portaban banderas argentinas. Grande fue la sorpresa, reconocida por el propio colega, cuando escuchó que en realidad el reclamo de los distinguidos vecinos era por la quema de urnas en la provincia de Tucumán.

Encontrado el cuerpo de Josefina, no faltaron quienes se preocuparon por focalizarse exclusivamente en las responsabilidades (presentadas como complicidades) que el Estado tendría  en el desenlace de la historia, apuntando al contexto social en el que le tocó nacer y crecer a Josefina. Como si los asesinos trastornados fuera patrimonio exclusivo de los países en desarrollo o de los estratos sociales con necesidades básicas insatisfechas.

Por citar un caso, la religiosa Marta Pelloni se enteró del hecho y emitió un comunicado donde acusó a “a una violencia estructural donde las instituciones que presentan la realidad de una corrupción manifiesta desencadenan necesariamente en lo mafioso” (sic). Una valoración tan genérica, como infecunda e incomprensible. La misma escuela de redacción con la que la Iglesia en Argentina se ha referido a su complicidad con la última Dictadura Militar y el abuso de niños en las instituciones eclesiásticas, tal como se pudo desnudar recientemente  en Entre Ríos.

Debemos admitir que aludido “contexto” donde una persona se desarrolla no debe dejarse de valorar y dimensionar como tal. Pero si solo se señalan responsabilidades incumplidas por parte del Estado (o del gobierno de turno como en realidad pretenden que se asimile) el diagnóstico siempre será rengo y direccionado.

Ahora bien, si se está convencido que la realidad social es determinante para esta historia, también debería señalarse lo que le toca a sectores poderosos de la comunidad, que por su posición determinan la forma en que se distribuye lo que una comunidad genera económicamente.

Diego López, el papá de la joven asesinada, forma parte de los cientos de obreros de la fruta que un reconocido empaque citrícola contrata a través de las parasitarias “cooperativas prestadoras de servicio”. Una producción que, según pareciera ser, hace tiempo no tiene una cosecha que derrame sus beneficios al más humilde eslabón de la cadena del sector.  Su situación es tan precaria que estuvo a punto de ser despedido ya que se había excedido en los días de permiso que le habían dado para que buscara a su hija.

Por todo esto y volviendo al carozo disparador de estas líneas, nadie está obligado a participar de una movilización o de un reclamo que no asimila como propio, ni muchos menos teatralizar sentimientos que no son espontáneos. Pero este cronista sigue sin encontrar una respuesta -una respuesta lógica y convincente- a ese interrogante… ¿Por qué en Concordia queremos ser Nisman y no Josefina?