Cuando Lucía llegó a su casa esa noche, no sintió otra cosa que asco. Asco sobre sí misma, asco sobre su cuerpo, asco por lo que le acababa de pasar. Lucía llegó a su casa y lloró toda la noche. Su mamá la había ido a buscar a la escuela pero ella no pudo contarle. No encontraba las palabras, no entendía.

Alguien en quien confiaba la había traicionado. Durante esa tarde, el preceptor de la escuela la había convocado a preceptoría para sacarle faltas y evitar que quedara libre. Esa invitación a Lucía le pareció normal, porque “muchas veces los preceptores te sacan algunas faltas que hayan sido por algún tema”. De hecho, en las denuncias colectivas que presentaron las alumnas del Colegio Nacional Buenos Aires se evidenció esta misma maniobra.

“Entré, cerró la puerta y me dijo ´ya te saqué las faltas´, entonces yo le pregunté para qué había ido y me dijo ´quedate que te tengo que hacer un test para una investigación sobre los jóvenes que está haciendo un amigo mío de La Plata´… Por lo cual dije que sí”. Así comenzó la pesadilla de Lucía esa noche y así la revivió ante los funcionarios que le tomaron la denuncia en la Comisaría. Minutos después – continúa- “me empieza a hacer preguntas: ¿qué me ponía nerviosa?, ¿cómo me relajo?, hasta que empieza con a qué edad perdiste tu virginidad, y cada cuanto tengo relaciones con mi novio”.

Entre los nervios y el miedo, Lucía no podía reaccionar. “Y ahí me dice vení así te tomo las pulsaciones, me agarra de la muñeca y con otra mano me agarra del cuello, me pone la cabeza en su pecho y me dice ´relajate´ mientras me pasa la mano por toda la nuca...”…El abuso continuó, ahí, en la oficina del “preceptor”, en la escuela de Concordia. “Tuve miedo, me dio miedo decir algo y que él haga creer que no hacía nada malo”, recuerda.

Pasaron dos semanas de aquel abuso, y otras víctimas del mismo “preceptor” rompieron el cerco del miedo e hicieron la denuncia. Recién entonces Lucía se animó, con el acompañamiento de sus padres y el de miles de mujeres, que ya no callan más. Dos semanas después, Lucía se presentó en la Comisaría del Menor y la Mujer y radicó la denuncia, acompañada por sus padres. La causa está en manos del fiscal Germán Dri, que intenta avanzar a contratiempo de los tiempos judiciales. Los tiempos que no entienden de angustia y soledad y miedo de cruzártelo en la calle.

Lucía no se llama Lucía. Pero cada línea del relato es real. Su nombre es anecdótico porque no es la única: son cinco las denunciantes.

El preceptor resultó no ser preceptor, sino administrativo cumpliendo roles de preceptor, poniendo en evidencia la falla del sistema educativo para el cumplimiento de la ley de cargos. El de preceptor es un cargo al que debe accederse por concurso, según lo establece el estatuto docente. Una vez más, es el Estado el que falla protegiéndonos.

Pero esta conducta violenta y abusadora no es novedosa. Como en la mayoría de los casos, hay antecedentes que se remontan en el tiempo, que forman parte de un patrón de conducta, que son rastreables en la memoria de las víctimas, que siempre recordaron pero que solo ahora se animan a hablar.

“Éramos adolescentes, de un mismo grupo de amigos, y él tenía siempre una actitud de lo que hoy reconocemos como machirulo. Éramos amigos”, recuerda Soledad, casi con dolor, sobre el preceptor.

“Un día estábamos todos juntos en un lugar, y él estaba acostado en el piso de tierra. Me cargoseaba y yo no le daba bola. En un momento, pasé caminando y al pasar se levanta tierra que cae en su cara. En un acto totalmente desmesurado, por la velocidad y por la fuerza, se levantó, me agarró del cuello, me levantó en el aire, me apoyó contra una pared, y me empezó a sacudir diciéndome ´qué te crees puta de mierda, te voy a cagar a palos, mirá lo que hiciste, mirá lo que hiciste´. Yo en ese momento me asusté, me quedé petrificada, hasta que después de un rato me tiró al piso. Me levanté, me fui corriendo, y vinieron dos amigas a consolarme”. El relato de Soledad es tan vívido que podría haber sido ayer, pero fue hace 20 años. Algo en su memoria no la deja olvidar.

“En el lugar estaban todos mis amigos, y nadie atinó a decir absolutamente nada. Yo me quedé muy mal, pero en ese momento no había contexto, no había época, nadie tuvo ninguna reacción. Desde ese día nunca más lo saludé, y lo esquivé para siempre”. Soledad ya no vive en Concordia, tampoco se llama Soledad, pero es una voz más que se alza, aunque todavía con temblor al recordar.

La causa judicial del “preceptor” no es la primera, ni será la última. Pero es momento de escuchar cuando nos hablan, de entender cuando nos piden comprensión, y de hablar cuando nos quieren silenciar.