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Monseñor Gustavo Gabriel Zubriggen
El obispo que tiene a su cargo la Diócesis de Concordia, hizo esas apreciaciones en su homilía leída en el tedeum de este pasado 25 de mayo, frente a autoridades civiles, militares, policiales, representantes de otros credos y de instituciones educativas.

Vale citar que, con esa misma tónica, frente al presidente Javier Milei, el Arzobispo de Buenos Aires reiteró su llamado al diálogo y advirtió por la situación de “tantos hermanos que la están pasando mal”. Remarcó la “agresión constante” en redes sociales, consideró que “hemos cruzado todos los límites” y pidió “frenar urgentemente el odio”.

En su caso, desde la catedral San Antonio de Padua, Zurbriggen comenzó señalando que “como cristianos hoy agradecemos a Dios el don de la Patria al celebrar los 215 años de la Revolución de Mayo. Dios, fuente de toda razón y justicia”. En ese marco, remarcó que “la Palabra de Dios nos enseña que el mandamiento principal es el amor al prójimo. Por eso, desde el comienzo estamos invitados a ser un pueblo fraterno, solidario, respetuoso del prójimo, con empatía con el hermano que sufre; estamos llamados a ser una nación que trabaje incansablemente por el bien común para respetar y promover la dignidad de todo ser humano”.

Por todo esto, “tenemos que pedirle a Nuestro Señor que nos ayude a encontrar los caminos para superar las graves dificultades sociales que no nos permiten ser lo que deseamos y estamos llamados a ser, como nación argentina”.

Seguidamente citó al flamante Papa León XIV, que en su primer discurso subrayó que “es tarea de quien tiene responsabilidad de gobierno aplicarse para construir sociedades civiles armónicas y pacíficas. Esto puede realizarse sobre todo invirtiendo en la familia, fundada sobre la unión estable entre el hombre y la mujer, bien pequeña, es cierto, pero verdadera sociedad y más antigua que cualquiera otra”.

También apuntó que “nadie puede eximirse de favorecer contextos en los que se tutele la dignidad de cada persona, especialmente de aquellas más frágiles e indefensas, desde el niño por nacer hasta el anciano, desde el enfermo al desocupado, sean estos ciudadanos o inmigrantes”.

Seguido a eso, dijo: “Pensaba y se los comparto…, qué bueno será empeñarnos seria y comprometidamente para hacer de nuestra sociedad una comunidad armónica, pacífica, respetuosa y empática… No debería ser tan difícil si reconocemos al otro como una persona con una dignidad humana igual a la nuestra”.

Asimismo, “qué bueno sería trabajar juntos para invertir en la familia, verdadera sociedad y la más antigua de todas, para que pueda ser la primera comunidad en la que se respete y promueva la dignidad humana, escuela donde se aprende el valor del respeto, del trabajo, del compartir y del estudio; comunidad de fe donde se viva el valor de la oración y de la acción de gracias… Ojalá que en todas las familias los niños puedan alimentarse para crecer sanos y puedan desarrollarse en igualdad de condiciones. Podemos y debemos suplicar al Buen Dios encontrar juntos caminos para que todos tengan la posibilidad y la capacidad de trabajar para que cada familia pueda vivir con sobriedad, pero con dignidad… Cómo nos gustaría dejar de ver niños en las esquinas pidiendo o vendiendo bolsitas para residuos, o jóvenes durmiendo en la calle, o parejas revolviendo los contenedores de basura para encontrar algo útil, también comida…”

Por último, volvió a citar el discurso del Papa León, “que nos ayuda a pensar mucho en nuestra realidad del día a día”, por lo que “los invito a pedirle a Dios, nuestro Padre y al Señor Jesús que su Palabra, que ilumina, nos enseñe a hacer realidad, con esfuerzo y creatividad, estos lindos deseos que nos estimulan cada día a ser cada vez más una comunidad fraterna y verdaderamente humana”, concluyó.