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El rastro jesuita en la región.
En efecto, en la costa del Río Uruguay se localizan una serie de construcciones antiquísimas, de la época en que España dominaba estos territorios. Las mismas, hechas en piedra en inmensa mayoría se encuentran relacionadas con antiguos caminos reales con Yapeyú, La Cruz y San Ignacio Miní, entre otras, de carretas y de postas sobre una franja de cinco leguas paralela al río Uruguay en ambas orillas, argentina y uruguaya, afirman los estudiosos de este tema.
Teorías y estudios
Pablo Cansanello, quien vivió en el parque nacional El Palmar en 1992, comenzó los primeros estudios que ponían en crisis las teorías sobre los orígenes de un conjunto de construcciones allí existentes. Al lugar se lo conocía como Calera de Barquín, adjudicándose a Manuel Barquín, comerciante cántabro, su construcción. En 1998, en un informe interno de la Administración de Parques Nacionales, se demostró que los campos del Palmar habían pertenecido a la Compañía de Jesús y que habían sido adquiridos por Manuel Barquín a la Junta de Temporalidades, luego de la expulsión de los jesuitas.

Lo que se encuentra son hornos y construcciones de postas, algunas dentro de campos privados, ya que las estancias servían de postas y, al mismo tiempo, eran unidades que producían sus propios bienes de subsistencia. Para ello tenían molino, calera, saladero, galpón, puerto, entre otras cosas. La investigación adelanta que ya se encontró un muelle, un galpón de piedra, una casa y una torre de vigilancia, que era el resguardo para los viajeros que a veces tenían que esperar días para poder cruzar el río.

La hoy denominada “Calera de Barquín” data del año 1650, fue construida a mano por indígenas dirigidos por jesuitas misioneros de la Compañía de Jesús. Su función era explotar yacimientos de calizas organógenas., que se mandaba en barco, por el río Uruguay, a las Misiones Jesuíticas. En 1768, el gobernador del Río de la Plata, Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa, cumpliendo con la orden recibida del rey de España Carlos III del 27 de febrero de 1767, organizó una expedición de 1500 hombres que expulsó a los jesuitas de las misiones guaraníes. Desde entonces La Calera dejó de ser explotada por los jesuitas.

En 1778, el Virrey del Río de la Plata, Pedro de Ceballos nombra a Manuel Antonio Barquín como veedor en la zona del Palmar. Así fue como Barquín vuelve a poner La Calera en funcionamiento, utilizando la fuerza de trabajo de negros y aborígenes esclavos, alimentados a base de carne del ganado cimarrón. La cal que se obtenía se enviaba en barcos a Buenos Aires y Montevideo.

Por eso se puede observar que las ruinas de las construcciones que aún quedan en pie datan de diversas épocas y están, en algunos muros, superpuestas. En La Calera se edificaron casas, almacenes, un oratorio y un cementerio. Incluso hay un túnel -del cual quedan escasas ruinas- hecho por los jesuitas, que lo vinculaba con el Río Uruguay.

En 1782 el Virrey Vértiz relevó de sus funciones a Barquín y nombró en su lugar a don Tomás de Rocamora, el fundador de Gualeguaychú, Concepción del Uruguay y Gualeguay.

Durante varios años La Calera estuvo abandonada. En 1825 la recuperó Bárbara Barquín, hija de don Manuel Antonio. La heredera hizo negocios con “River Plate Agricultural Association”, empresa colonizadora que intentó instalar una colonia de 50 británicos, pero fracasó, ya que al poco tiempo se fueron del lugar.

En 1857, la empresa “Sociedad Arcos, Bilbao y Beaumont” usó La Calera para sacar por su puerto palmera Yatay, recurso natural único en su especie, que esta compañía extrajo por un tiempo, hasta que don Justo José de Urquiza adquirió el lugar a los herederos de Manuel Antonio Barquín. Durante el siglo XX La Calera se usó por la empresa Salvia Hnos. para sacar ripio, ocupando la fortaleza de las construcciones jesuíticas. El 23 de enero de 1966 se sancionó la Ley 16.802 que creó el Parque Nacional El Palmar, por lo que la empresa extractivista debió retirarse del lugar.

En el lugar de emplazamiento de la Calera, quedan en pie restos de ruinas jesuíticas, sostenidas por alambres, a modo de gaviones. Hay dos hornos (que se usaban para la elaboración de cal viva), un embarcadero, tres edificios, un oratorio, un túnel y un cementerio. Sobre el cementerio, que era un lugar sagrado para los jesuitas y los aborígenes, hay un “alto tránsito” de turistas que ignoran, (por falta de información y prevención en el cuidado de las reliquias del lugar) que están pisando un terreno debajo del cual es muy probable existan restos que serían muy preciados por los arqueólogos e historiadores.
Los jesuitas
Según plantea Juan José Segura en “Historia Eclesiástica de Entre Ríos”, buena parte de la provincia de Entre Ríos perteneció a los territorios que estaban bajo dominio de la Estancia San Miguel, de la Compañía de Jesús, la orden religiosa fundada por el anacoreta San Ignacio de Loyola.

La primera avanzada de los jesuitas al país, provenientes del Alto Perú, ocurrió hacia 1585, en Santiago del Estero, y dos años más tarde, en 1587, llegaron a Córdoba. Aunque la avanzada no se detendría: en 1588, junto con otro contingente de jesuitas provenientes del Brasil, entran en Asunción del Paraguay y comienzan a bajar conformando las denominadas “reducciones” adonde llevaban a las poblaciones nativas convertidas al catolicismo. En 1592 la Compañía de Jesús ya se había instalado en Corrientes. Se cree que al norte de Entre Ríos supo haber un oratorio de los jesuitas dedicado a San Miguel Arcángel. Por lo que se indica en recientes estudios, fue más que un oratorio lo que los jesuitas construyeron en esta provincia.

En 1767, los jesuitas son expulsados de América, y aunque después volvieron sucesivamente, la obra ya no sería la misma.
Fuente: Chajarí al Día