Esta columna se propone cuestionar esa inclinación que predomina en buena parte de la sociedad entrerriana hacia lo que aquí llamamos “Concordiafobia”, o sea, la hostilidad, aversión, antipatía u odio hacia situaciones que suceden en Concordia y hacia determinadas conductas de las personas nacidas y/o criadas en esa ciudad entrerriana.

Concordiafobia (https://www.unoentrerios.com.ar/a-fondo/concordiafobia-n923478.html) fue el título de una opinión publicada en esta misma sección hace cinco años, en que nos referimos principalmente a esa estigmatización sobre los y las concordienses como sinónimos de delincuentes, ladrones o corruptos.

Tal construcción de sentido, que permanece vigente, se expresa en frases del estilo: “Cuidado que es de Concordia, guardá la billetera” o la remanida pregunta/queja: “¿Cuándo dejaremos de tener gobernadores de Concordia?”. El origen de esto hay que buscarlo en denuncias de corrupción que involucraron a políticos de esa comarca, como también de otras.

Durante la crisis de fines de los 90 y principios del 2000, la Capital del citrus lideró los ranking de pobreza y desocupación. Así, la marca de ser “la ciudad más pobre del país” quedó en el imaginario colectivo y todavía circula, aunque ya no lo sea. Y lo que fue consecuencia de las políticas implementadas por los funcionarios nacionales, provinciales y municipales, pasó a conformar una característica negativa de los ciudadanos y ciudadanas.

Esta caracterización también está presente en el discurso periodístico, lo cual contribuye decididamente a que permee en muchas conciencias entrerrianas.

En las últimas semanas, ha tenido una nueva vuelta de rosca: en estos días la localidad es llamada “la más violenta de la provincia”, está “desbocada en materia de inseguridad” y es “la ciudad de la furia”. Estos calificativos se han usado a partir de distintos sucesos, pero fundamentalmente por el asesinato de Mariela Costen, la mujer que murió de un balazo en la cabeza en la esquina de calle República del Brasil y avenida Eva Perón. La noticia fue de una atrocidad tal que no habría sido necesario agregar más epítetos. Pero además son adjetivaciones que se utilizan para hechos que ocurren en este municipio y no para los que ocurren en otros.

Con pocas horas de diferencia, en otras ciudades de Entre Ríos hubo otros hechos gravísimos: un doble femicidio en Villaguay y un transfemicidio en Paraná. Ambos con una carga de saña, odio y violencia extremos, y sin embargo el relato mediático no mereció este tipo de subrayados estigmatizantes –los hubo en otro sentido, que aquí no vienen al caso–.

Días después del asesinato de Mariela Costen, durante su velatorio, alguien entró a su vivienda en el barrio La Bianca y se robó una garrafa. El robo fue motivo suficiente para que volvieran a utilizarse esos modos de relatar lo sucedido que reproducen una construcción de sentido y refuerzan un poco más el estigma. Lo que se cuenta da a entender que Concordia es invivible, que los delincuentes están al acecho para atacar en cualquier momento y que la gente vive o debería vivir con miedo de salir a la calle.

En lugar de remarcar que hay autoridades políticas y judiciales que deberían brindar seguridad a la ciudadanía, como en cualquier lugar de la provincia, se insiste con que la ciudad, la sociedad, tiene determinada condición de la cual no puede escapar. Es pobre, ladrona, corrupta, violenta y, además, sin códigos; a tal punto que le roban una garrafa a una mujer que están velando.

Como cualquier construcción de una otredad negativa, que peligrosamente identifica a un grupo como lo malo o perjudicial para el resto, está basada sobre una interpretación interesada de la realidad. Nos preguntamos entonces: ¿cuál es el interés por reproducir la Concordiafobia? ¿Desacreditar la imagen de una ciudad en crecimiento cada vez más visitada por los turistas? ¿Es parte de la histórica disputa entre las costas entrerrianas?¿O es solo un chiste malo?

En cualquier caso, es urgente comenzar a borrar el estigma.

Publicado el domingo 28 de Julio de 2019 en la edición del diario UNO