Hace unos días escuché una barbaridad que motivó esta reflexión de hoy: un hombre que ocupa un espacio en una radio local, mayor ya él, dijo indignado que cómo podía ser que Luciana Salazar ahora quisiera hablar de política. Ella, justo ella, que “se toma todas las cosas a pecho JA – JA – JA”. Y – continuaba- que lo único que faltaba era que también “Florencia de la Ve quisiera hablar de política”.

Machismo explícito en espacios radiales que claramente reflejan el sentir de una gran parte de la sociedad: varones heteronormados, hijos sanos del patriarcado, autopercibidos censores de la democracia de género en los medios de comunicación.

Pero del caso Luciana Salazar, ¿molesta más que diga la verdad o, simplemente, que diga?

Lejos está de importarme si lo que Luciana Salazar tuitea es verdad o mentira. Mucho menos me interesa si las fuentes que tiene son reales, confiables, dignas. Si son políticos, funcionarios, un novio ministro de Economía o un gobernador. No es periodista, no tiene por qué tener fuentes confiables. Es, como tantas otras, una usuaria de redes sociales, un personaje mediático, una mujer que eligió para su vida la exposición por sobre todas las cosas.

Hizo de su vida un reality show. Desde que saltó a la esfera pública, decidió mostrar cada paso de su vida privada, desde sus vínculos personales y romances, su casa, sus viajes, sus autos, y hasta el reciente nacimiento y crecimiento de su hija. Y hasta ahí todo permitido, porque ese mostrar no cuestionaba el mandato de género y además, claro, ofrecía el bálsamo que adormecía nuestro dolor neoliberal.

Pero hubo un día en que Lulipop tuvo la osadía de mostrar materia gris y no carne, y en cada rincón del país hubo un misógino que cuestionó sus disruptivos tuits delatando las internas en el poder de turno. Dijeron hasta que “desestabilizaba” al gobierno. Delirios propios de delirantes.
Un factor común surgió en las agresiones: cómo una mujer “como ella” iba a meterse en política que, ya lo sabemos, “es cosa de hombres” que hacen “pactos de caballeros”, esos mismos caballeros que consumen la cultura machista de los cuerpos sexualizados, esos mismos que canalizan sus frustraciones personales erotizando la carne y no las ideas.

Qué barato resulta este recurso de aquel que limita su fantasía a un cuerpo modelado y se condena a sí mismo cuando ese cuerpo lo expone e interpela desde un lugar reflexivo, crítico e incómodo.

La comodidad de lo visual no tolera el sacudón que nos dan el pensamiento y la opinión.
Y aunque lo que haga Luciana Salazar no sea opinar – porque técnicamente no opina, sino que publica “información reservada” de las internas políticas - el patriarcado, también lo sabemos, jamás la “habilitará” a alzar su voz por sobre los tonos varoniles que imperan en el microclima de la rosca política. Porque, esto también nos enseñó el machismo, todo lo que una mujer diga debe ser chequeado por la voz autorizada de un hombre, que naturalmente nace con el don de la verdad y el permiso dado para el uso de la palabra. -